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ciosidad! Y, sabe usted?, io que me gusta más en sus novelas son los criminales, que traman con tanto ingenio maquinaciones, que asesinan, que envenenan... Son inteligentes, son fuertes, y cuando, por fin, los detienen, yo me pongo furiosa, casi lloro. ¡Todo el mundo los odia, todos están contra ellos, y ellos solos se alzan contra todos!

¡Eso son héroes! Los otros personajes, los virtuosos, se hacen abominables cuando logran vencerlos. En general, los hombres me agradan mientras aspiran a algo, mientras luchan, mientras sufren; pero una vez que consiguen su objeto y se detienen, pierden para mí todo interés, se vuelven insípidos, triviales...

Animada y visiblemente orgullosa de lo que acababa de decir, la muchacha andaba lentamente junto al catedrático, con la cabeza graciosamente erguida y los ojos brillantes.

El la miraba fijamente y, tirándose de la perilla con mano nerviosa, buscaba argumentos capaces de arrancar de un golpe el velo grosero de polvo que cubría su espíritu. Pero, aunque se juzgaba en la obligación de contestarle, le dolía dejar de escuchar su parloteo ingenuo y un poco banal, dejar de ver el entusiasmo con que abría su alma ante él. Nunca había oído palabras semejantes, y las consideraba monstruosas, condenables; pero, al mismo tiempo, le parecían por completo acordes con aquella belleza un poco rapaz. Contemplaba ante sí un espíritu mal cultivado, que le chocaba por su violencia, una mujer encantadora que irri-