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Yo también tengo mis ideas. Figúrese usted que la gente construye una casa. Según usted. todos son iguales en el trabajo; no ya los hombres entre sí, sino los ladrillos y los carpinteros, los árboles y el propietario de la casa, tienen, si le bemos de creer, los mismos derechos. ¿Es eso posible? El "mujik" debe trabajar, usted debe enseñar, el gobernante debe velar por que cada cual cumpla su obligación. Ha dicho usted, además, que la vida es una lucha... ¿Usted ha visto que lo sea? Al contrario, la gente vive de un modo apacible. Y si hay lucha, ha de haber vencidos.

En cuanto al bien general de que usted habla, declaro que no lo comprendo. Usted pretende que consiste en la igualdad de todos los hombres; ¡pero eso no es cierto! Mi padre es coronel, ¿cómo quiere usted que sea igual a Nikon o a cualquier "mujik"? Usted, por ejemplo, es un sabio, y no se le puede comparar a nuestro profesor de lengua rusa, que bebe "vodka", que tiene la cara como un pimiento, que es tonto y que se suena haciendo un ruido de trombón...

Consideraba sus argumentos como irrefutables y triunfaba. El admiraba su rostro, animado y alegre, y se congratulaba de haberle proporcionado aquella alegría. Pero se esforzaba en comprender por qué el pensamiento de la muchacha, que él había despertado, tomaba una dirección opuesta a la que él había querido marcarle.

—Usted me gusta y otro no me gusta; ¿es posible que haya igualdad?