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Sin dar nada, le habéis quitado mucho a la vida. A todas las quejas respondéis con un desprecio altivo, que no es otra cosa que vuestra impotencia para contestar con una respuesta precisa... y vuestra dureza de corazón. Se os pide pan espiritual, y la piedra de la negación es vuestra dádiva. Habéis devastado la vida, y si no asistimos ya a ejemplos de amor y sacrificio es por vuestra culpa, porque sois esclavos de la razón, a la que habéis entregado el alma, y la pobre alma se muere, enferma y miserable. Y, sin embargo, la vida sigue siendo una sucesión de dolores y necesita héroes. ¿Dónde están los héroes?

"¡Es un verdadero poseído!"—se dijo Hipólito Sergueievich, sintiendo una impresión desagradable al mirar agitarse ante él aquel manojo de nervios. Trataba de interrumpir la elocuencia torrencial de su futuro cuñado; pero sus esfuerzos eran inútiles; el joven, arrebatado por sus propias palabras, no oía ni veía nada. Se diría que llevaba en el fondo del corazón aquellas quejas hacía mucho tiempo, y que se complacía en lanzarlas al viento ante uno de los que, a su juicio, habían estropeado la vida.

Isabel Sergueievna le miraba con admiración, entornando los ojos, en los que brillaban de yez en cuando chispas de sensualidad.

—En todo lo que ha expuesto usted con tanta energía y elocuencia—dijo tranquilamente y con tono afectuoso Hipólito Sergueievich—hay mucha sinceridad y mucho ingenio...