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LUIS GIL SALGUERO



dor. Los ejes de la vida, centros de gravitación psíquica, se han partido: hacia zonas de horror, sin fin, crecientes, derivarán ahora. Lo que descu- bren entonces no tiene nombre; la pobre psicología humana, no puede construir el yo, la memoria, la identidad personal, ilimitadamente. Lo que se sabe por adentro, a veces la muerte que se conoce por adentro, no nos deja iniciar el retorno hacia la vi- da, en la luz y en el aire de los otros hombres. En esta corrierite, leteana corriente de olvido necesa- rio, no todos p' eden arriesgarse. Algunos, el sere- no Platón, por ejemplo, pudo descubrir una eter- nidad de memoria: la reminiscencia era para él la garantía de que un día alcanzaríamos una visión sin fin; pero otros, en la flaqueza del ojo, que di- ría el místico, perciben no más la densidad tenebro- sa. Asaltada la personalidad por estas inquietantes sugestiones del misterio, se disocia: o nos persona- lizamos en torno a la conocido y vivido, o arries- gados, avanzamos hasta vivir en zonas de horror inmemoriables. Ya se sabe; puede haber una vida o una promesa de bienaventuranza; puede haber una vida de bienaventuranza eterna para algunos seres; pero también lo innominado elige; y almas “hay atadas a una rueda de fuego”, pensamientos como “campanas partidas”; almas que mientras viven, mueren; o que indefinidamente caen vivas en el misterio sin fin. ¿Podrá haber una filosofía de estos hechos? ¿El que ha sentido la realidad,

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