de vencer, siguiendo nuestra marcha adelante, y esos obstáculos físicos me han recordado obstáculos morales que produjeron los malos días; dando impulso al cuerpo al mismo tiempo que a la mente, me he internado entre las peñas y los matorrales espantosamente sombríos por la tormenta que oscurece el cielo y el fuerte viento que hace temblar los tupidos arbustos en las empinadas y angostas quebradas, y al llegar a una de éstas, cauce de un pequeño pero profundo torrente, seco hoy, he visto un gran puma que destroza los sangrientos despojos de un indefenso guanaco que acaba de sacrificar, saltándole al cuello desde el escondrijo volcánico que le sirve de guarida. Esa escena, aquí, dominada por esos cerros negros que para alejar las fieras he coronado de llamas que serpentean ascendiendo y asaltando la cumbre que queda envuelta en denso humo, impone y fortifica más el recuerdo triste evocado al entrar en la quebrada obstruída: y para perpetuar el aniversario de la caída de Rosas, hombre, pero puma de instintos, doy a este paraje el nombre de «Cerro 3 de Febrero».
He encontrado rastros del paso del hombre salvaje; desiertos hoy, estos parajes han debido ser sumamente frecuentados en épocas lejanas. Conforme con la opinión de Fitz-Roy, creo que la naturaleza del terreno no incita a que los que usan caballos atraviesen estas regiones donde hay tan poco alimento para ellos, y tan mal terreno; pero para el hombre a pie, necesitado, nada le presenta serios estorbos, y la prueba de que han pasado por este punto rocalloso no consiste sólo en cuchillos y rascadores, con los cuales las mujeres preparan las sencillas vestiduras de esos nómades Nemrods australes; en la cima del basalto he encontrado esta mañana un pequeño túmulo o cairn, muy antiguo, casi destruido completamente y donde sólo he hallado un fragmento de antebrazo humano, señal de que aquello fué el sepulcro de un indígena, y cu-