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La alegría que es dado demostrar a un salvaje, que en medio de la barbarie en que trascurre su vida, no deja de dar hospitalidad, sin restricción alguna, al civilizado que lo visita en su hogar, primitivo, es muy diferente de la cruel desconfianza con que al principio se le trata en las regiones donde la vecindad y la lucha continua de distintas razas, hace nacer la ambición y el deseo de predominio.

Mi anhelo de varios años se satisface con mi llegada a Shehuen. Siéntome dichoso de penetrar en la vida íntima del legendario patagón; voy a estudiarlo en su misma patria, en toda su libertad, vagando en la árida meseta o cazando en las llanuras.

Apenas bajado del caballo, María me condujo a un pequeño toldo, que con el objeto de hospedarnos, había preparado con cueros y ramas, inmediato al de su marido. Esta preocupación la agradezco debidamente, pues si bien la vista de él tiene poco de halagadora, indica por lo menos el deseo de festejarnos, proporcionándonos comodidades para nosotros, y local donde los recados y los objetos traídos para obsequios puedan conservarse, lejos de la mano de los chiquillos. Estos se encargan siempre de aligerar en la mayor escala posible el equipaje del caminante.

La perspectiva que tenemos de pasar algunos días en este toldo, no tiene nada de risueña.

Aun cuando recién ha sido construido, y los quillangos y cueros que sirven para asientos son nuevos, es imposible no sentir, después de transcurridos algunos minutos, dentro de esta tienda de pieles, ciertas sensaciones desagradables, que al principio pueden creerse nerviosas o producidas por el desasosiego que trae consigo una marcha rápida, en días calurosos; pero fuerza es convencerse que ellas son los preludios de una invasión de asquero-