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Página:Viaje al Interior de Tierra del Fuego (1906).pdf/68

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costa, el camino, más bien la senda, doblaba bruscamente á la derecha llevándonos á terreno más elevado, y en él que los pastos tocaban el pecho de los caballos. La impresión general, evocaba las pampas del Sur de Buenos Aires, pero muy pronto, el aspecto cambió. Una laguna, á la que calculamos legua y media de longitud, transformó el escenario, entrando el camino por un campo suavemente ondulado, en el que se notaba el paso de las aguas fluviales, unas veces hacia la laguna y otras hácia el mar. A la izquierda, aún se divisaba la costa y al pié de un pequeño cabo, de Rosis, que nos acompañaba, me hizo notar que había lobos. No muy lejos del cabo, percibimos un pingüino joven.

Grupo de pengüines.

Aún no había cambiado del todo la pluma. Nos aproximamos á él al paso y como no intentara escapar, uno de mis compañeros le echó un lazo. Entonces lo vimos indignarse. Arremetió á picotazos contra las botas de su cazador, le rompió los pautalanes y comenzó á aletear, pero fué en vano, estaba bien asegurado.

Nos encontrábamos próximos á las playa de la extensa bahía que forma el Cabo Peñas y al fondo, en el otro extremo, veíamos los primeros montes. El terreno se presentaba sumamente variado y á veces nuestros caballos galopaban por grandes trechos en que los matorrales de pasto crecían entre el pedregullo. Era esta la parte Sur de la propiedad del Sr. Menéndez ó sean los potreros de reserva para el invierno, pues como la nieve—y emplearé el término local—no carga tanto en las proximidades de la costa, se destinan los campos del interior al pastoreo, la mayor parte del año, trayendo las haciendas á aquellos, cuando estos están ya totalmente cubiertos por ella.

Algunas lagunitas ó aguadas que encontrábamos al paso, estaban