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Página:Viaje al Interior de Tierra del Fuego (1906).pdf/77

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rritorio de los Andes, donde lo llaman Tucu—tuco ú oculto. Cada 50 centímetros, asoma aquí la boca de una cueva, pronto están juntas, y si el curioso se asoma á una, no es difícil que encuentre cerca y antes de la salida dos ó tres bocas más.

Los animales al andar sobre aquel terreno tan poco resistente, se entierran en ellas á cada paso y la vegetación en todo el terreno ocupado por estos, es sumamente reducida.

Al principio creí que el coruro ocupaba las vegas únicamente. Después, cosa curiosa, lo encontré en los pantanos, en los turbales, en lo alto de las lomas y de los cerros y aún bajo los bosques, en fin, donde el terreno se presenta liviano ó fácil para su sempiterna cava. Pero si los pantanos están cubiertos de agua, el coruro se ve forzado á retirarse.

Allí entonces, los pastos crecen espléndidos.

Para que el ingeniero Rossi pudiera anotar la dirección de los cerros, hicimos campamento en esta llanura y el ingeniero Calcaguini aprovechó el tiempo, juntando plantas.

Pasada la noche y dispuestos á hacer una larga marcha, partimos á medio día, aproximándonos al Río del Fuego, que por la dirección que traía, nos fué ventajoso seguir.

En su curso, observé algo extraño, que no había visto nunca en_ llanuras semejantes á esta: lo caprichoso de sus vueltas. Los ríos de las montañas, bajan siguiendo siempre las curvas de las faldas, pero aquí, corriendo por un plano que no presenta obstáculos á primera vista, serían incomprensibles sus caprichos, si la constitución misma del suelo que recorre no lo explicara.

El terreno de la parte llana, está formado por aluviones que presentan puntos más resistentes que otros al trabajo de las aguas. Llegan estas, se detienen eu una faja más dura, buscan las aguas salida, la siguen por terreno más blando hasta encontrar otro banco y así otra vez tienen que doblar.

De esta manera, el Río del Fuego corre en línea recta, traza una larga curva, se inclina sobre un lado del valle que á ambos lados forma, ó bruscamente se dirige al otro, vuelve hacia atrás otra vez, corre en una dirección constante ó vuelve á serpentear y todo en curvas tan cerradas, que más de una vez me aproximé á mirarlo, creyendo que su corriente era nula, pero el río pasaba velozmente, ancho de cuatro y cinco metros, recojiendo los chorrillos que venían de las lomas, lavando sus orillas siu vejetación, en cuyos bordes, las matas de pasto pareceu asomadas, aguardando el momento en que el agua, llevándose la tierra, se las lleve á ellas también.

No habríamos remontado el río durante dos horas, cuando—ya á nuestra espalda la pampa—empezamos á ver las primeras cadenas del macizo que ocupa el interior del territorio.

¿Qué sierra sería aquella que de intenso azul perfilaba sus contornos empinados?

El mapa, en blanco casi todo y en el que á penas hay uno que otro río dibujado, y si hay cerros sin indicación alguna que pueda guiar al