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Página:Viaje al Interior de Tierra del Fuego (1906).pdf/79

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sin el cálido aliento de los trópicos, la tierra aquella removida por la continua cava del coruro, tiene su vida y sempiterno movimiento, bajo el soplo helado de los vientos australes.

Tal es la vida del turbal.

Más no es él tan sólo, el medio en que la mutilla se desarrolla; allí también en lo alto de los cerros y en las faldas, extiende sus ramas cargadas de hojas y de frutas. Son estas, tan abundantes, que hay veces en que parecen racimos de uvillas, agradables cuando están maduras y amargas cuando recién la fruta empieza á enrojecerse. Los indios y muchos que no lo son, gustan de ellas. El indio Pedro, como un vicioso, se tiraba del caballo en cuanto parábamos á descansar y buenos retos se llevó más de una vez por su afición á la mutilla.

En algunos pueblos de Alemania, las familias pobres, cosechan una fruta muy parecida á esta en el aspecto y sabor, con la que hacen dulce que vendeu á los viajeros. Dada la gran abundancia de esta, ella podría ser fuente para una pequeña industria.

Dejemos la mutilla y sigamos la marcha.

El monte apenas varía junto al río. Muy raros son los árboles que pasan de o.30 centímetros de diámetro. A las tres horas y media de camino á la derecha del valle, encontramos una capa gruesa de más de tres metros, constituída por planchas de areniscas terciarias de tinte amarillento, inclinada de Oeste á Este. Era la primera veta bajo el subsuelo y la misma que había ya observado en las barrancas del mar. Era también la primera que veíamos en el interior. Algún curso antiguo del río la dejó en descubierto.

Debido sin duda á la presencia de los árboles, no vimos ninguna otra en la región, pero más al Norte del territorio, anotamos con frecuencia la presencia de capas semejantes, especialmente hacia el interior.

Después de vadear un angosto chorrillo, afluente del Río del Fuego y anotado en el mapa, el valle se ensanchó hacia el Sudeste y el Sudoeste por ambos lados, ofreciéndonos una dilatada llauura, á cuyo fondo el panorama de las montañas, hecho de cadenas cubiertas de bosques en su primera línea, asomaba erguidos los picos eternamente nevados de la cadena, cuyos piés baña el Beagle por un lado y el Fagnano por el otro.

Como el Río se desviaba más al Sudoeste aún, lo seguimos costeando, libre de bosques al frente.

Pronto lo encajonó una loma alta de 40 metros, pero en nada variaba su aucho y su camino de víbora.

Era ya tiempo de hacer alto.

El cerro Hedición, que desde la entrada al valle del Río del Fuego nos había mostrado sus cimas, se nos presentaba ahora eu toda su longitud de Oeste á Este y otro igual, continuaba más al Este en la misma dirección.

Eran estos los primeros que pronto tendríamos que visitar.

El 12 de Marzo, amaneció nublado completamente. La niebla invadía el escenario, cerrándose totalmente á los cincuenta metros. Rossi necesitaba