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Mi pobre asistente Franco, ex-sargento del Batallon 11 de Infanteria de línea, estuvo á punto de perecer de hambre y de amargura.

Se le encontró felizmente, tres dias despues, estenuado físicamente, muy desmoralizado y ya perdida la esperanza de conseguir incorporarse á nosotros.

Para demostrar, una vez mas hasta donde alcanza la disciplina del soldado argentino, debo consignar que mi asistente llevaba un frasco de coñac en que yo habia echado frutillas, y mientras él andaba estraviado, yo pensaba que bien podia sostenerse tomando algunos tragos cada dia, pero se abstuvo de probarlo porque sabia que ese frasco lo tenia destinado para ofrecérselo al señor Presidente de la República.

Ese coñac y esas frutillas eran, pues, cosa sagrada para él. — Asi entendia el deber este modesto y leal servidor y hubiera muerto sin pensar en abrir el frasco!

En donde termina el manto de lava, bajamos al valle y notamos que el rio se hacia muy tortuoso caminando en un solo brazo por el valle que tenia allí cinco kilómetros de ancho y buenos pastos. El rumbo general era S. 45º E.

A las tres leguas de camino observamos que el rio se recostaba tanto á la meseta que la habia desquiciado en su base desprendiendo una cantidad de cal marga, tan blanca y soluble que desde allí corrian las aguas muy turbias.

El paso, pues, estaba interceptado y subimos nuevamente á la meseta que era dé sesenta pies de elevacion y su ancho de seis á ocho kilómetros hasta una cadena