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que desde dias atrás favorecían nuestra marcha, pero un incidente imprevisto nos obligó á plantar carpas á las tres leguas de camino.

Me habia adelantado á galope acompañado del señor Mayo y seguiamos hacia el Sud con alguna inclinación, cuando al llegar á un punto en donde el valle afecta una vuelta rápida, pero parcial hacia el Este, caimos inopinadamente sobre un aduar indio.

Estando solos, lo prudente era regresar precipitadamente, pero tuve cortedad de hacerlo y por otro lado parece que no habíamos sido sentidos, pues ni siquiera ladraron los perros.

Por eso, colocándonos detrás de unas grandes moles de piedra, en actitud de defensa, con los rifles preparados, resolvimos esperar la llegada de nuestra gente.

Un cuarto de hora, que nos pareció un siglo, trascurrió hasta que se nos incorporaron nuestros compañeros.

Sin pérdida de tiempo, hice rodear la caballada y las catorce vacas que habiamos tomado antes — y adelantándome con diez hombres pude cercar los toldos consiguiendo capturar dos indios, dos mujeres y seis niños de dos á siete años — Tenian estos para su servicio, solamente, once caballos y diez y siete perros de caza.

Cuatro individuos consiguieron escapar de esta pequeña sociedad salvaje, perdidos en aquel soberbio escenario, que antes dominaran con la poderosa tribu de Sayhueque á la que habían pertenecido.

Uno de estos indios se llama Martin Platero, y es platero de oficio, como podia probarlo con algunas piezas de plata que aun no tenía concluidos y con sus herra-