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"yo soi la mujer de Paillacan, el cacique de los Pehuenches; la hija del cacique frances de los Tehuelches, la hermana del caciquito frances; mi padre tiene muchas yeguadas, etc, etc." Esa salmodia, dicha con un tono gangoso, interrumpida por los hipos de la embriaguez, no tenia nada de agradable, i bendije el momento en que se resolvió a salir del toldo para ir a ocupar el lecho de su viejo marido. Poco rato despues, me despedí de Quintunahuel i me fui a dormir.

11 de enero.—El domingo por la mañana, el tiempo era bueno, nos favorecia al principio de nuestro viaje; no salimos al alba porque Antileghen que debia acompañarnos, necesitaba algun tiempo para sacudir los vapores del aguardiente.

Convenida nuestra partida, presenté a Soto i a Diaz al cacique: estos dos hombres se habian ofrecido espontáneamente para quedarse como rehenes hasta mi vuelta. Poca sangre española tenian en sus venas, de manera que cuando los vió el cacique, me dijo que eran tan mapunches como el que mas de sus súbditos i que preferia le dejase a Vera que era bien parecido i blanco como español.

El muchacho me habia ya manifestado su repugnancia para quedarse con a los indios i mucho mas desde que habia notado en él una, especie de entorpecimiento en todas sus ideas con la emocion del naufrajio i los indios. Le dije entonces al cacique que ese muchacho se encontraba mui enfermo de resultas de un golpe que habia recibido en el naufrajio, que botaba sangre por la boca i debia ir a curarse a Valdivia: en seguida me fui a buscarlo al toldo vecino, le hice tomar en la boca un poco de sangre de cordero que habia en un plato i lo conduje a la presencia del cacique; satisfizo algunas de sus preguntas i al rato despues comenzó a toser, concluyendo con botar la sangre: esto convenció al cacique i convino en quedarse con los otros dos. En seguida nos despedimos i montamos acaballo. La caravana se componia de Cárdenas que nos prestaba sus caballos mediante una retribucion pagadera en Valdivia, de Argomedo que obtuvo su libertad gracias a la intercesion de Quintanahuel, de Lenglier, los tres peones, Antonio Muñoz, Vera, el carpintero Mancilla i yo; nos acompañaban tambien dos mozos de Cárdenas, un tal Villarroel i un cholo de Ranco, llamado Guaraman. Antileghen debia conducirnos hasta los toldos de Huincahual en donde vivia.

La orgullosa comitiva que un mes ántes habia salido de Puerto Montt perfectamente bien provista de equipajes, víveres e ilusiones, volvia ahora en el mas prosaico esqueleto. Los tres peones iban a pié, casi desnudos, Lenglier i yo a caballo, con un cuero i una frasada