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encendido fuego, cuando vimos desembocar por el sendero que acababamos de recorrer, unos hombres a caballo. Llegando se apearon; a su cabeza venia Quintanahuel hijo de Paillacan; nunca habia visto a un Pehuenche, no podria decir a Ud. la impresion queme causó cuando para bajar del caballo, dejó caer su huaralca i vi salir del cuero, un cuerpo desnudo, flexible como el de una culebra i de un color cobrizo. Los compañeros de Quintunahuel se echaron con voracidad sobre los víveres; yo ofrecí tabaco i una cachimba a Quintunahuel. Cargamos en los caballos que traian, los sacos de harina i charqui i nos pusimos en marcha. Quintunahuel me dió un caballo, los otros se fueron en ancas de los indios; pasamos la noche en el lugar en donde habiamos pasado el dia anterior i por fin llegamos a los toldos. Aprobé todo; habia tomado el partido mas conveniente en esta circunstancia i le presenté al cacique. La jente tenia hambre; Pascuala, la favorita, les sirvió en un plato de palo, caldo i carne de oveja hervida.

Yo queria ponerme en camino el mismo dia, pero como los peones estaban cansados, esperé la mañana. Esa noche llegó un indio Antileghen a los toldos de Paillacan, venia de cazar; traía consigo un barrilito de aguardiente. El ilustre Paillacan celoso partidario del culto del agua de fuego, se sentó en el suelo, teniendo a Antileghen a su lado: al frente de ellos, me coloqué yo con mi flageolet; Argomedo tocaba la vihuela; entonces comenzó el concierto i las libaciones. Al principio, Paillacan tomaba solo i aun no pasaba el jarro de lata a su querida Pascuala que estaba sentada a sus espaldas, pero desarrollándose su jenerosidad a medida que el aguardiente le subia al cerebro, convidó a sus vecinos. A la noche mis honrados Pehuenches se hallaban completamente ébrios. Paillacan, loor al coraje desgraciado, habia sucumbido, vencido por las libaciones; i Antileghen, que al son de nuestra música bailaba interminables samacuecas, sucumbe tambien agobiado por el cansancio i cae con un sueño letárjico encima de un pellon. Le cubrimos con un poncho como se hace en la noche de una batalla con el cuerpo de un jeneral vencido, pero valiente, cuya intrepidez se ha admirado durante el combate.

Qintunahuel habia resistido mejor que sus mayores, i un poco despues me mandó buscar para que bebiese en su compañía i la de su interesante esposa, un poco de licor que habia guardado para él. Pascuala mas fuerte que su noble esposo, o quizá no habiendo bebido tanto, vista la avaricia del cacique en materia de su licor querido, se hallaba tambien en el toldo de Quintunahuel; su embriaguez tomaba un aspecto triste; lloraba, repitiendo en un tono monótono i cansado: