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Restablecida la buena harmonia entre los Huilliches i Pehuenches, tuvieron estos que haberselas con los Tehuelches del Sur de Limai. Los Tehuelches, en gran número atacaron a los Pehuenches i les quitaron casi todas las mujeres: estos pidieron auxilio a su amigo don Ignacio, quien con unos cincuenta Huilliches, provistos de armas de fuego, salvó las cordilleras i juntándose con ellos, llevó la guerra a los arenales de los Tehuelches: despues de veinte i seis dias de marcha hacia el Sud, los alcanzaron, se batieron durante algunas horas i lograron arrebatarles las cautivas.

Por estos tan señalados servicios, don Ignacio Agüero era mui conocido entre los Pehuenches i su carta debia servirme para los fines de mi viaje.

Miéntras que yo tomaba todos los informes que creia necesarios, llegó Cárdenas que habia ido a transportar el aguardiente hasta Arquilué, i entonces pudimos ponernos en camino.

Aquí debo decir que todos los amigos de Valdivia desaprobaban mi vuelta a donde los indios. Me decian: que era querer tentara Dios i a la fortuna, el volver otra vez habiendo ya salido de entre esa canalla, i que no debia considerarme empeñado en mi palabra; que respecto de mis hombres, se les podia mandar rescatar por medio de uno de los compradores de caballos que van a la otra banda. No hubo razones que no sujiriese la amistad a mi amigo don Félix Garcia Videla, Intendente de la provincia i a las otras personas que se interesaban en disuadirme de mi proyecto, pero resistí. Ademas de que habia empeñado mi palabra, el atractivo del viaje hasta el Carmen, las ventajas que a mi parecer reportaria la jeografía de esos países tan desconocidos, el vivo deseo que tenia de volver a ver el lugar del naufrajio i el confluente del Limay, i tambien debo confesarlo, la importancia que los peligros mismos daban a la empresa, tuvieron mucho influencia en mi espíritu. Todos esos motivos me hicieron persistir en mi resolucion i el 8 de febrero saliamos de Valdivia con Lenglier i Cárdenas, dirijiéndonos a Arique. Instruidos por la esperiencia llevábamos solamente los vestidos estrictamente necesarios: habiamos mandado hacer cinturones de cuero, guarnecidos de bolsillos, que escondidos bajo el poncho, estaban al abrigo de las manos inquisidoras de los indios; grandes botas de agua, unos pantalones de tela gruesa i un sombrero gris cónico, igual al que suelen usar los arrieros del Sur de Chile. Otro sombrero no es aparente para soportar el excesivo viento de la pampa; ademas habriamos tenido mucho trabajo para sustraerlo a las solicitaciones importunas de los indios. Una mula llevaba la carga con los artículos ya citados.