cerlos pasar a nado i despues balsearse el mismo en la canoa. Pero en ese momento, cuando tocábamos la orilla opuesta, llegó un indio de cuerpo flaco i delgado, de nariz aguileña, que dijo dos o tres palabras al otro indio. Se trabó un coloquio entre él i José Bravo, que habia desembarcado: viendo yo que no saliamos a tierra, no podia entender lo que pasaba, cuando José Bravo me dijo que el recien llegado no queria dejar volver la canoa a la orilla opuesta, sino se le daba algun regalo. Estábamos en una posicion mui curiosa, nuestros caballos en una orilla, i nosotros con los bagajes en la otra. Si Motoco hubiera sabido nadar, el embarazo no era grande, pasaba, ensillábamos los caballos, i nos marchábamos, ademas ese obstáculo no se hubiera presentado: Motoco por su fuerza física i su carácter atrevido, bien conocido de los indios, era mui temido. El bribon que nos detenia se llamaba Linco. Viendo nuestra posicion difícil se mostraba exijente; al fin cedia ya con la promesa de una camisa, cuando llegó a toda carrera otro indio, con un sable en la mano, jesticulando i gritando como un demonio; estaba tan ebrio que apenas podia tenerse en el caballo. Este indio, como lo supimos despues, se llamaba Truncutu, era platero, cuñado de Linco, el indio flaco que le habia precedido. Vociferaba haciendo encabritar el caballo, i me tiraba puntazos al vientre con el sable. Yo comprendia mui bien que todo eso era con el objeto de intimidarme para que le diese alguna cosa, pero resistí: exasperado el indio, me tiró un corte i me botó el sombrero, al mismo tiempo me dió una pechada con el caballo. Yo tenia mi revolver escondido debajo del poncho, no me habria sido difícil voltearle a mis pies de un pistoletazo, pero eso habría empeorado nuestra posicion: no podiamos tocar retirada, ni tampoco pensar en huir hacia adelante sin nuestros caballos, i aun cuando los hubieramos tenido, los indios deseosos de vengar la muerte de su hermano, nos habrian alcanzado i jugado una mala pasada, y como nuestro proyecto final era ir con los indios al Cármen i quedar amigos con ellos, creí mas prudente parlamentar. Ademas habian ya muchas prevenciones desfavorables a mi persona entre esa jente, para que un acto de violencia como ese nos hubiese perdido enteramente.
Pero mientras mas le hablaba, mas rabioso se ponia Truncutu que no me entendia una palabra. No se sosegó sino cuando llegaron las chinas que le colmaron de injurias. No sabiendo qué contestar, se calló i pidió que beber. No habia en que darle agua; indicó por un jesto uno de nuestros estribos de madera. Yo desaté uno i la china lo