llenó de agua, i el señor Truncutu lo vació siete veces seguidas. Mientras tanto, en la otra orilla, Motoco se daba a todos los diablos, viendo el atrevimiento de este bruto, i principiaba ya a juntar palos para hacer una balsa i pasar: entonces la cosa habria tenido otro desenlace: una cuchillada no era nada para un carácter tan violento como el de Motoco. Aunque ébrio, lo entendió Truncutu i envainó su sable. Yo para concluir entónces, regalé una camisa i un pañuelo a cada uno de los indios, unas chaquiras a las chinas, i se acabó el alboroto. La embarcacion fué a la otra orilla, Motoco se embarcó despues de haber echado al agua los caballos, i principiamos a aprestarnos para seguir la marcha i librarnos luego de ese estorbo, porque podian llegar otros indios, que habian como unos veinte en la toldería vecina, i hubiera sido preciso; ceder a nuevas exijencias.
El balseo donde acababa de pasarse esta borrascosa escena, es un brazo de rio de ochenta metros de anchura, de siete a ocho pies de profundidad i parecia contener numerosos pescados a juzgar por los saltos que daban algunos en la superficie de la agua; este brazo inclinádose al Noroeste va a la laguna de Pirihuaico que echa sus aguas al lago de Riñihue i éste al Pacífico por medio del Calle-calle. Hablaremos de él mas en estenso cuando demos una descripcion jeneral del lago de Lacar.
El sol estaba a punto de ponerse; no podiamos pensar en alojar tan cerca de los indios. Hicimos noche a algunas millas mas léjos en la orilla del lago.
A la noche hice mis preparativos, porque al dia siguiente debiamos encontrar los toldos de Huentrupan, i queria poner en bultos separados lo que reservaba a cada uno de los caciques, a fin de no exitar su codicia con la ostentacion de mis riquezas en su presencia. Motoco me ayudó en esa operacion, porque conocia bien el jenio de cada