tiene cierto peso en el menaje. La mujer era donosa, i por supuesto era difícil rehusar lo que pedia una buena moza, aunque fuese Pehuenche, i le di las chaquiras. Era pariente, prima hermana, creo, de Hueñupan, nuestro compañero. ¡Qué individuo tan estraño era este Hueñupan! en las paradillas que haciamos, se tendia de barriga en el suelo, fija la vista i sin desplegar los lábios; como le preguntase que tal le parecia el caballo comprado, contestó: teniendo cuatro patas andará, con eso basta; me asustó la contestacion.
Nos despedimos del indio i de su mujer, i seguimos nuestro camino encimando la meseta. Es una meseta enteramente horizontal, de veinteiocho o treinta kilómetros cuadrados de superficie, la cual está cortada por quebradas que no se ven, sino cuando uno está en sus orillas: nada mas árido, ni un solo árbol, ni un solo arbusto se vé en toda la estension, sino arena, piedras i mazorcas de espinas amarillas de 20 a 25 centímetros de altura.
Dejábamos atras al gran volcan de cabeza nevada: al llegar al confluente del Chimehuin i del Limai, Villarino divisó este cono nevado, i creyó por un error bien conforme con el objeto de sus deseos, que era el cerro Imperial de Arauco, creyendo con esto estar mui cerca de Valdivia, a donde queria alcanzar.
Despues de haber pasado esta gran meseta, bajamos por una quebrada, i al fin nos encontramos en un vallecito por donde corre un riachuelo llamado Chasley. Allí tomamos harina tostada mezclada con agua, i como habiamos cometido el olvido imperdonable de no llevar un cacho, fué preciso tomarla en uno de nuestros estribos de madera. De allí seguimos por el valle, pero un poco ántes de llegar al Caleufu, subimos una colina bastante alta, i al bajar a la otra falda divisamos el Caleufu. Pero no se veian los toldos; nuestro amigo Hueñupan no los veia tampoco, porque se puso a encender fuego, para que la jente de los toldos nos percibiese, i viniese a nuestro encuentro: o quien sabe si él los habia divisado, i encendia fuego para avisar a los toldos que llegaban estranjeros. Al fin, los divisamos i bajamos al Caleufu: dejamos en la orilla algunos toldos a nuestra derecha, i entramos en el vado. Nos esperaban a la entrada del vado, Marihueque, segundo hijo de Huincahual, i un jóven buen mozo que nos dijo era mestizo de Patagónica llamado Gabino Martinez.
Nos apeamos al frente del toldo de Huincahnal, ausente en ese momento, como tambien Inacayal su hijo mayor, que goza de todo el influjo político en la tolderia, i que tampoco estaba allí, la primera