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completaba el número de mis peones. Concluiré esta serie de retratos con el de Tigre, el perro, nuestro fiel compañero: nos le habian prestado en el Arrayan para acompañarnos hasta Nahuel-huapi. Tigre mui vaqueano para descubrir i arrear animales, podia sernos de gran utilidad; debia volver a sus penates con Vicente Gomez, pero por sus buenas cualidades le habiamos retenido i no tuvimos que arrepentimos de esta determinacion. Tigre era un perro que podia servir de modelo a los perros de buena crianza. Apesar de haber recibido una mala educacion, a causa de la jente que habia frecuentado en su juventud, su buen jenio habia triunfado. En el calendario de su Vida, los dias de ayuno i de abstinencia debian haber sido mas numerosos que los de abundancia, sin embargo, debo decir en su honor, que nunca pensó reparar el tiempo perdido en perjuicio de nuestros víveres. En nuestra carpa, tenia todo al alcance de su boca; charqui, salchichones, chicharrones, pan, galleta; pero nunca tocaba a nada, si no se le habia dado ántes; una sola cosa se le podia acriminar i era su enemistad encarnizada para con el cabro. Quien sabe si le heria al olfato el olor poco agradable que exalaba este animal, pero debo confesar que esta enemistad nunca pasó de algunos mordiscos a las patas del cuadrúpedo de barba larga. Ademas era poco entrometido; observador ríjido de las conveniencias, Tigre era realmente un tipo perfecto de perro gentleman.

A las seis de la tarde nos pusimos en marcha para penetrar en el desagüe: nos hicimos a la vela i a unos setenta metros ántes de llegar orillamos la punta derecha; entonces un peon saltó a tierra con un cabo i lo ató a una piedra; en el primer instante, la corriente arrastró la embarcacion, pero en seguida vino a replegarse poco a poco a la orilla, solicitada por la tension del cabo i por medio de esta feliz maniobra, la pusimos en donde deseabamos.

Examinando el lugar, hallamos en la orilla un huanaco muerto, lo botamos al agua en medio de la corriente, i medimos el espacio recorrido i el tiempo empleado en recorrerlo; 80 metros en 26 segundos. Volvimos a hacer el esperimento con un trozo de madera; para recorrer el mismo espacio empleó 24 segundos. Tomando el promedio 25 segundos i dividiéndolos por los metros recorridos, resultó haber una corriente, de trece kilómetros por hora o diez millas poco mas o ménos.

Estendiendo la vista por los alrededores, vimos al Sud, como a un kilómetro distante, un estero dibujado por las arbustos verdes que lo bordeaban: allí debia ser sin duda alguna el lugar que el padre Me-

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