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ofreci a Lenglier la salva-vida que llevaba en la mano; pero la rehusó prefiriendo confiarse a su destreza de nadador i se dirijió al bote: los peones le pasan un remo i sube a la quilla, hacen otro tanto con Vera: yo mas lejos del bote, segui nadando: algunos remolinos me empujan a la orilla, toqué en una piedra, me apoyo en ella i llego luego a la revesa me tomo de unas ramas i me izé a la tierra. El bote siguió por algun tiempo arrastrado por la corriente: pero al fin se detuvo como acuñado entre dos piedras cerca de la orilla; los peones entonces se echaron al agua i salieron a tierra. El ancho del rio era como de ochenta metros en ese lugar, la profundidad como de unos cuatro metros.

En este momento soplaba un viento helado de cordillera; ¿con que encender fuego para secarnos? teniamos los vestidos empapados: todos teniamos los elementos necesarios para sacar fuego, uno un pedernal, otro un mechero, otro fósforos, pero el agua los habia echado a perder i sin embargo no podiamos pasar la noche sin fuego; para calentarnos, no tuvimos otro recurso que correr rejistrando las orillas, en busca de los objetos del naufrajio, que la corriente podia echar a tierra. Asi salvamos algunos sacos de charqui i harina, mi mochila, la de Lenglier, todo lo que nos permitió cambiar de ropa, i tambien dar alguna a nuestros peones cuyos efectos se habian perdido en el descalabro. El sombrero de Lenglier vino tambien a la orilla, no volvi a ver el mio; salvamos igualmente una caja de lata que contenía el café i el chocolate, todo eso era mui bueno, pero faltaba el fuego, cuando, o fortuna; rejistrado mis bolsillos hallé una cajita de cobre en donde habia cuatro o cinco fósforos secos, era un ausilio de la Providencia, sin eso hubieramos pasado una noche terrible. Pronto se encendió un gran fuego, i nos estendimos en el suelo al rededor. Entónces pensamos en el perro ¿que habia sido de él? me acordaba que antes de salir del puertecito en que tocamos a las cinco de tarde, lo habia desatado del cordel que lo amarraba a un banco, de otro modo hubiera sido sumejido dentro del bote, lo corto del cordel no le habria permitido salir a la superficie. Felizmente nada sucedió, allí cerca estaba el pobre Tigre, se habria dicho que comprendia la desgracia que nos habia sucedido; con el hocico entre las patas, abatida la cara, los ojos fijos al suelo, ni aun queria acercarse al fuego: ¡o admirable instinto del perro! conocia mui bien que no era por pura diversion que habiamos ejecutado ese baile acuático en que él habia tomado parte i que no era comun la desgracia que nos heria: desde ese momento aumentó la aficion que teniamos a nuestro buen Tigre.