clase; pero mi situacion no era para preocuparme de pormenores tan insignificantes, así es que obedeciendo a las señas de los indios me puse en marcha con ellos.
La figura que hacia era de las mas curiosas, figuraos un jinete con soló camisa, pantalones, la mochila a la espalda i por tocado la gorra que habia confeccionado, que parecia un turbante con punta, semejante al que usan los circasianos del Cáucaso. Al verme en la sombra no podia contener la risa. La jente me seguia a corta distancia: la marcha de los caballos indios, bella raza de caballos, es bastante lijera: en poco tiempo me seguia solo uno de los peones i Lenglier con su mochila al hombre que gustándole mas caminar a pié, habia hecho montar en el otro caballo al peon Vera que estaba algo maltratado con un golpe recibido en el naufrajio. Orillamos el Limay como seis kilómetros: a cada instante los indios miraban para atras, espresando en sus caras el disgusto al ver a mis compañeros distantes unos de otros en el sendero que seguiamos.
En esta parte del rio que recorriamos, el valle iba tomando mayores dimensiones i la superficie del agua era mas mansa: a algunas cuadras mas abajo del naufrajio no se veia ninguna piedra: pequeñas islas que dividian el rio de cuando en cuando, formaban canales mansos en algunos de los cuales se divisaban pescados como de un pié de largo: las islas eran bajas con unos matorrales de arbustos pequeños: en las orilla principiaban a manifestarse algunos sauces. En tan excelentes circunstancias para navegar el Limay, desgraciadamente nos veiamos obligados a despedimos de él i renunciar a la gloria de recorrer su curso. Llegando a un pequeño estero, los indios se apearon, pusieron cuatro piedras en cuadro i encima colocaron un pellon con la lana para abajo; luego de la harina que les habiamos dado, echaron unos puñados, en seguida tomando agua con las manos i la boca, la vaciaron en la harina, revolvieron con el dedo i se pusieron a comer. Lenglier habiendo notado i que la forma de sus cachimbas no era apropósito para fumar acaballo, les ofreció un poco de tabaco i cebó la suya invitándoles a fumar para dar tiempo a la jente que llegase: Lenglier que es un encarnizado fumador me decia que desde ese instante tuvo mala idea de los indios, porque no sabian fumar: dieron dos pitadas, medio se embriagaron, guardaron silencio por algun tiempo, escupieron veinte veces, apagaron la cachimba (tenia solo una para los dos), i montaron acaballo diciendo amui, amui. Como habia comprendido que distábamos solo un corto trecho de los toldos, no trepidé en seguirlos; deseando por otra parte satisfacer yo solo a la