preguntas que debian hacer los indios. Dije a Lenglier que esperase a los otros i despues que me siguiesen si podian, en caso contrario, aguardase a que yo enviara por ellos; contando con verlos en pocas horas mas.
Miéntras tanto, yo segui con mis dos indios: el sol era abrasador; la gorra hecha con la bolsa de la guitarra llenaba bien el objeto, pero no sucedia asi con mis demas atavios, que solo consistian en la camisa i el pantalon, porque estos no eran suficientes para ablandar la dureza del lomo del caballo. Mientras acosaba yo a los indios con preguntas de todo jénero i de diversas maneras para hacerme entender, no sentia lo pesado del camino; pero despues cuando principiamos a subir i bajar lomas de arena i piedras a un paso que dolorosamente me hacia sentir la falta de montura, entónces conocí que era de carne i huesos i de un material mucho mas blando que los del caballo que me aserraba con su flaco espinazo. Las riendas eran de un lazo duro, tiezo, que jamas se habia enroscado, de manera que me veia obligado a forzar el rollo con las dos manos; cuando acosado por el dolor, apoyaba una de ellas en el anca del caballo para suspender el cuerpo i aliviarme un poco, se me iba de la otra una larga lazada que pisaba el caballo i se encabritaba al sentirse contenido. Los indios al ver en mi cara la espresion de tormento que revelaba, para inspirarme paciencia, se reian i me hacian señas para que apurase el paso. Caminando hácia el Noroeste, llegamos a una quebrada que por su verdura debia contener alguna humedad; el sol, la falta de aire i el excesivo polvo me tenian sediento; comprendiéronlo los indios i echamos pié a tierra: uno de ellos cavó el suelo con su cuchillo i pronto el agujero se llenó de una agua turbia i negra; apagamos la sed i nos pusimos otra vez en marcha, pero mas despacio. Entónces el que parecia mayor de los dos indios, principió a galopar i pronto lo perdimos de vista: esta maniobra me dió algun cuidado, a lo que se agregaba el aire preocupado que tomó entónces mi otro