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ser de un gusto excelente, no menos las ratas que los pájaros, los cuales no se diferenciaban de nuestros pollos sino en la blancura: invención que nos excusó también el consumo de los otros víveres.

Habíamos formado nuestras baterías do cañones que abandonamos luego, visto que el único enemigo que teníamos que temer era el hambre. En quince lías concluyeron nuestros trabajadores un buque suficiente para ocho hombres con provisión para ocho semanas, que era todo lo que permitían nuestras facultades. Sólo quedaba que vencer la elección de los que habían de embarcarse, pues ninguno quería aventurarse a una navegación tan arriesgada. Para quitar disputas, hice echar suertes, y que firmasen un escrito que había formado a este fin.

Tocó a dos ingleses y seis holandeses, de los cuales uno era el piloto. Los infelices se sometieron a su destino con resignación, y se echaron al mar el día, después de nuestro naufragio, quedando todos conformes en que si retirásemos el campo dejaríamos señales que pudiesen indicar nuestra residencia. Seguimos con la vista y el corazón a aquellos desdichados hasta que desaparecieron, y también rogamos al Cielo por su prosperidad.

Desembarazados de esto, mi primer cuidado fué convocar el Consejo de guerra para establecer alguna forma de gobierno en nuestra pequeña república. Todos los votos se dirigieron a hacerme general, y a continuación formé los artículos siguientes: «Que todos, a excepción de las mujeres, prestarían juramento de obedecer mis resoluciones de acuerdo con el Consejo, bajo aquellas penas que nos pareciere imponerles. Que me reservaba el privilegio de elegir privativamente mis oficiales, los cuales, en caso de mala conducta, podrían ser juzgados por dicho Consejo. Que yo tendría dos votos en él.»> Fueron aceptados y firmados de unánime con-