que Loyola fuese del mismo temperamento que
Don Quijote, porque había de ser capitán de
una milicia, y su arte, arte militar. Y hasta en
los más pequeños pormenores se anunciaba lo
que habría de ser, pues al describirnos la
estatura y disposición de su cuerpo en el
capítulo XVIII del libro IV nos dice el citado Padre,
su historiador, que tenía la frente ancha y
desarrugada y una calva de muy venerable
aspecto. Lo que consuena con la cuarta señal que
pone el Dr. Huarte para conocer al que tenga
ingenio militar y es tener la cabeza calva, y
«está la razón muy clara» dice, añadiendo:
«Porque esta diferencia de imaginativa reside
en la parte delantera de la cabeza, como todas
las demás; y el demasiado calor quema el
cuero de la cabeza y cierra los caminos por donde
han de pasar los cabellos; allende que la
materia de que se engendra, dicen los médicos que
son los excrementos que hace el cerebro al
tiempo de su nutrición y con el gran fuego que
allí hay, todos se gastan y consumen y así
falta materia de que poderse engendrar». De
donde yo deduzco, aunque el puntualísimo
historiador de Don Quijote no nos lo diga, que éste
era también de frente ancha, espaciosa y
desarrugada, y además calvo.
Era Don Quijote amigo de la caza, en cuyo
ejercicio se aprende astucias y engaños de
guerra, y así es cómo tras las liebres y perdices
corrió y recorrió los aledaños de su lugar, y
debió de recorrerlos solitario y escotero bajo
la tersura sin mancha del cielo manchego.
Era pobre y ocioso; ocioso estaba los más
ratos del año. Y nada hay en el mundo más
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