ingenioso que la pobreza en la ociosidad. La
pobreza le hacía amar la vida, apartándole de
todo hartazgo y nutriéndole de esperanzas, y
la ociosidad debió de hacerle pensar en la vida
inacabable, en la vida perpetuadora. ¡Cuántas
veces no soñó en sus mañaneras cacerías, con
que su nombre se desparramara en redondo
por aquellas abiertas llanuras y rodara
ciñendo á los hogares todos y resonase en la
anchura de la tierra y de los siglos! De sueños
de ambición apacentó su ociosidad á su
pobreza, y despegado del regalo de la vida,
anheló inmortalidad no acabadera.
En aquellos cuarenta y tantos años de su
oscura vida, pues frisaba ésta en los
cincuenta cuando entró en obra de inmortalidad
nuestro hidalgo, en aquellos cuarenta y tantos años
¿qué había hecho fuera de cazar y administrar
su hacienda? En las largas horas de su lenta
vida ¿de qué contemplaciones nutrió su alma?
Porque era un contemplativo, ya que sólo los
contemplativos se aprestan á una obra como la
suya.
Adviértase que no se dio al mundo y á su
obra redentora hasta frisar en los cincuenta,
en bien sazonada madurez de vida. No
floreció, pues, su locura hasta que su cordura y su
bondad hubieron sazonado bien. No fué un
muchacho que se lanza á tontas y á locas á
una carrera mal conocida, sino un hombre
sesudo y cuerdo que enloquece de puro madurez
de espíritu.
La ociosidad y un amor desgraciado de que
hablaré más adelante, le llevaron á darse á leer
libros de caballerías con tanta afición y gus-
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