para él desconocido, con armas heredadas que
luengos siglos habla que estaban puestas y
olvidadas en un rincón. Mas antes limpió las
armas
que el orín de la paz gastado había
(Camoens. Os Lusiadas, IV, 22)
y se arregló una celaja de encaje con cartones,
y todo ló demás que sabéis de cómo lo probó,
sin querer repetir la probatura, en lo que mostró lo cuerda que su locura era. Y fué luego d
ver á su rocín y engrandeciólo con los ojos
de la fé y le puso nombre. Y luego se lo puso
á sí mismo, nombre nuevo, como convenía á
su renovación interior, y se llamó Don Quijote
y con este nombre ha cobrado eternidad de
fama. É hizo bien en mudar de nombre, pues
con el nuevo llegó á ser de veras hidalgo, si
nos atenemos á la doctrina del dicho Doctor
Huarte, que en la ya citada obra nos dice así:
«El español que inventó este nombre, hijodalgo, dio bien á entender.... que tienen los hombres dos géneros de nacimiento. El uno es natural, en el cual todos son iguales, y el otro espiritual. Cuando el hombre hace algún hecho
heroico ó alguna extraña virtud y hazaña, entonces nace de nuevo y cobra otros mejores
padres, y pierde el ser que antes tenía. Ayer
se llamaba hijo de Pedro y nieto de Sancho;
ahora se llama hijo de sus obras. De donde
tuvo origen el refrán castellano que dice: cada
uno es hijo de sus obras, y porque las buenas
y virtuosas llama la Divina Escritura algo, y
los vicios y pecador nada, compuso este nom-
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