y puro buscar el servicio de la república primero, si no únicamente, por lo de buscad el reino
de Dios y su justicia, buscarlo por amor al bien
mismo, pero ni los cuerpos pueden menos que
caer á tierra, pues tal es su ley, ni las almas
menos que obrar por ley de gravitación espiritual, por ley de amor propio y deseo de honra.
Dicen los físicos que la ley de la caida es ley
de atracción mutua, atrayéndose una á otra la
piedra que cae sobre la. tierra y la tierra sobre
que aquella cae, en razón inversa á su respectiva masa, y así entre Dios y el hombre es también mutua la atracción. Y si El nos tira á Sí
con infinito tirón, también nosotros tiramos de
El. Su cielo padece fuerza. Y es El para nos-
otros, ante todo y sobre todo, el eterno pro-
ductor de inmortalidad.
El pobre é ingenioso hidalgo no buscó pro-
vecho pasajero ni regalo de cuerpo, sino éterno nombre y fama, poniendo así su nombre sobre sí rnismo. Sometióse á su propia idea, al
Don Quijote eterno, á la memoria que de él
quedase. «Quien pierda su alma la ganará» dijo
Jesús, es decir, ganará su alma perdida y no
otra cosa. Perdió Alonso Quijano el juicio, para ganarlo en Don Quijote; un juicio glorificado.
Imaginábase el pobre ya coronado por el
valor de su brazo, por lo menos del imperio
de Trapisonda y se dio priesa á poner en
efecto lo que deseaba. No fué un contempla-
tivo tan sólo, sino que pasó del soñar á poner
por obra lo soñado. Y lo primero que hizo fué
limpiar unas armas que habían sido de sus
bisagüelos, pues salía á luchar á un mundo
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