cho, departiendo con éste después de la conquista del yelmo de Mambrino, que si bien era hijodalgo de solar conocido, de posesión y propiedad, y de devengar quinientos sueldos, no descendía de reyes, aunque, no obstante ello, el sabio que escribiese su historia podría deslindar de tal modo su parentela y descendencia, que le hallase ser quinto ó sexto nieto de rey. Y de hecho no hay quien, á la larga, no descienda de reyes, y de reyes destronados. Mas él era de los linajes que son y no fueron. Su linaje empieza en él.
Es extraño, sin embargo, cómo los diligentes rebuscadores que se han dado con tanto ahinco á escudriñar la vida y milagros de nuestro caballero, no han llegado aún á pesquisar huellas de tal linaje, y más ahora en que tanto peso se atribuye en el destino de un hombre á eso de su herencia. Que Cervantes no lo hiciera, no nos ha de sorprender, pues al fin creía que es cada cual hijo de sus obras y que se va haciendo según vive y obra; pero que no lo hagan estos inquiridores que para explicar el ingenio de un héroe husmean si fué su padre gotoso, catarroso ó tuerto, me choca mucho, y sólo me lo explico suponiendo que viven en la tan esparcida cuanto nefanda creencia de que Don Quijote no es sino ente ficticio y fantástico, como si fuera hacedero á humana fantasía el parir tan estupenda figura.
Aparécesenos el hidalgo cuando frisaba en los cincuenta años, en un lugar de la Mancha, pasándolo pobremente con una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lan-