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CAPÍTULO I

tejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos, lo cual todo consumía las tres partes de su hacienda, acabando de concluirla sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo y los días de entre semana.... vellorí de lo más fino. En un parco comer se le iban las tres partes de sus rentas, en un modesto vestir la otra cuarta. Era, pues, un hidalgo pobre, un hidalgo de gotera acaso, pero de los de lanza en astillero.

Era hidalgo pobre, mas á pesar de ello, hijo de bienes, porque como decía su contemporáneo el Dr. D. Juan Huarte en el capítulo XVI de su Examen de ingenios para las ciencias, «la ley de la Partida dice que hijodalgo quiere decir hijo de bienes; y si se entiende de bienes temporales, no tiene razón, porque hay infinitos hijodalgos pobres é infinitos ricos que no son hidalgos; pero si se quiere decir hijo de bienes que llamamos virtud, tiene la misma significación que dijimos». Y Alonso Quijano era hijo de bondad.

En eso de la pobreza de nuestro hidalgo, estriba lo más de su vida, como de la pobreza de su pueblo brota el manantial de sus vicios y á la par de sus virtudes. La tierra que alimentaba á Don Quijote es una tierra pobre, tan desollada por seculares chaparrones, que por donde quiera afloran á ras de ella sus entrañas berroqueñas. Basta ver cómo van por los inviernos sus rios, apretados á largos trechos entre tajos, hoces y congostos y llevándose al mar en sus aguas fangosas el rico mantillo que habría de dar á la tierra su Verdura. Y esta po-