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XII
JAVIER GÓMEZ DE LA SERNA

Empezábamos á rectificar. Limpió la isla, insalubre; normalizó la alimentación; abrió el Palacio á los negros, alejados por humillaciones anteriores, y á los nueve meses inauguró la traída de aguas, salud, vida y riqueza con que no soñaban, y que arrastraba quince años de expedienteo. El entusiasmo no tuvo límites: se puso el nombre de ese Gobernador á una calle; ingleses, alemanes, españoles, negros, le elevaron un mensaje; él recogió toda la gratitud para el Gobierno, cuya recompensa no se hizo esperar: el 19 de Marzo de 1906 se inauguraron las aguas; el 26 llegaba un vapor con su relevo y una Comisión para inspeccionar la Administración, en medio del estupor y la indignación de la Isla. La Comisión, originada por miserables chismes, tan frecuentes en las colonias, volvió a los pocos meses, sin poder formular el menor cargo contra el dignísimo Gobernador.

Y aun queda más; uno de aquellos negros atraídos al Palacio, rico, educado en Inglaterra, un pequeño Rizal, fué insultado por un blanco inculto, de los que tenemos el tacto de enviar; se pegaron, y lo que debió ir al Juzgado de paz, terminó con un afrentoso ultraje para aquel negro de clase elevada, ¡haciéndole barrer las calles!… ¡Colonización de circo!

Volvamos los ojos á nuestra colonización interior: refirióme un Diputado catalán que en cierta peluquería de Barcelona, preguntando á un parroquiano sobre sucesos que allí apasionaron, mientras éste exponía su juicio, otro, que vestido de paisano resultó ser militar, le arrojó unas tijeras á la cabeza, hiriéndole, y le llevó sangrando á la cárcel. Recordé en el acto el lance de Rizal que por no saludar de noche á un bulto, que resultó ser un militar, fué también herido, y recibí igual estremecimiento que la madre de Osvaldo en Los Espectros, de Ibsen… ¡Los muertos resucitaban! ¡Ley fatal de la herencia!

Pero en los pueblos es posible el remedio, aunque entre nosotros hay todavía que esperar; por eso, cuando siendo Director de los Registros alguien me insinuó la conveniencia de ir al Gobierno de Barcelona, me negué. «Hoy no, le dije; seguramente me ganaría la voluntad de los catalanes, porque no hay como no odiar para no ser odiado, nada como querer para ser querido; y si á esto se añaden nuestras coincidencias en varios ideales, y lo que trabajaría por ellos, llegaría á ídolo en ese puesto; pero desde tal instante me perjudicaría, que es lo de menos, y les perjudicaría, que es lo de más; sería sospechoso para esa pequeña España negra

La calentura catalana de que hablé en un discurso pronunciado en el Congreso en Noviembre de 1901, persevera; y porque lo creo