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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

blemas sociales, tan entusiasta por el estudio de las grandes transformaciones de los núcleos humanos, no tuvo en cuenta, por lo visto, ese factor que suele denominarse «espíritu la época». ¿Qué quería Rizal: que todos los aventureros, que todos los soldados, que los españoles todos hubieran sido modelos de sensatez, espejos de buena crianza, dechados de abnegación? ¡Pero es que á las conquistas se iba á ejercer el bien individualmente! Los indios sufrieron vejaciones, es cierto; perdieron el cuño de su nacionalidad, y otras cosas además; pero en cambio ganaron considerablemente con relación al mundo civilizado, y cualesquiera que sean los cargos que se imputen á la acción de España en Filipinas, cabe siempre hacer esta reflexión: los Rizal, los Marcelo del Pilar, los Anacleto del Rosario, los Graciano López Jaena, los José María Pang̃aniban, los Luna, y tantos otros filipinos puros, si bien es cierto que no tuvieron nacionalidad propia, ¿habrían llegado á valer lo que valieron, si en vez de haber vivido la civilización importada hubieran vivido la propia del Archipiélago? Porque nadie sabe de un solo joloano, de un solo maguindánao, de un solo tinguián, de un solo aeta, que haya descollado en nada; y sabemos en cambio de muchos tagalos, ilocanos, bisayas, bicoles, etc. (los que han absorbido la cultura española) que han cultivado con lucimiento las letras, las ciencias y las artes. ¡Perdieron los filipinos su alfabeto original!… ¡Vaya un daño! ¿Por qué no lo restauran? ¿Iríales mejor con tres vocales y trece consonantes? Y como este daño, ¡tantos otros!… Para Rizal disminuyeron las industrias, las producciones… ¡todo!, hasta el número de habitantes disminuyó. Y lo cierto es que no hablaba á humo de pajas; solía probar, con textos, cuanto decía. Pero harto sabemos los que tenemos alguna afición á las investigaciones históricas, que existen textos para todos los gustos, y que no hay nada peor para obtener la cifra de la Verdad, que buscarla con un criterio preconcebidamente sistemático. Y hé aquí una ocasión en que nos sería fácil exponer pruebas y más pruebas para demostrar todo lo contrario de lo que Rizal pretende: consignaremos tan sólo que la población de Filipinas, cuando se verificó el establecimiento de los españoles en aquellas islas, no pasaba de medio millón de almas; á fines del siglo xviii, tenía millón y medio cumplido, y al cesar la dominación de España, el número de almas era de siete millones. En 1810, el movimiento mercantil del comercio exterior ascendía á once millones de pesos; en 1892, llegaba al ras de cincuenta y dos millones. Y por lo que toca á los analfabetos, ¡ya querría España tener una proporción tan lisonjera como la que, en 1898, tenía Filipinas! ¡No, y mil veces no; no ha sido aniquiladora la acción de España en sus posesiones oceánicas!