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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

puesto que el General acababa de embarcarse para España. Dióle la noticia de que iban á prenderle, y Simoun sonrió. ¡Ni intentaba escaparse!… Al cabo de un rato de no verle, volvió el cura al aposento en que Simoun se hallaba. El joyero tenía indicios de sufrimiento. ¡Se había envenenado! El P. Florentino se puso á rezar. Simoun, contadas ya las horas que le quedaban de vida, refirió su historia…

«Cómo, trece años antes, de vuelta de Europa, lleno de esperanzas y risueñas ilusiones, venía para casarse con una joven que amaba, dispuesto á hacer el bien y á perdonar á todos los que le han hecho mal, con tal que le dejasen vivir en paz. No fué así. Mano misteriosa le arrojó en el torbellino de un motín urdido por sus enemigos: nombre, fortuna, amor, porvenir, libertad, todo lo perdió, y sólo se escapó de la muerte gracias al heroísmo de un amigo (Elías). Entonces juró vengarse. Con las riquezas de su familia, enterradas en un bosque, escapóse, se fué al extranjero y se dedicó al comercio. Tomó parte en la guerra de Cuba, ayudando ya á un partido, ya á otro, pero ganando siempre. Allí conoció al General, entonces comandante, cuya voluntad se captó, primero, por medio de adelantos de dinero, y haciéndose su amigo después, gracias á crímenes cuyos secretos el joyero poseía. Él, á fuerza de dinero, le consiguió el destino, y una vez en Filipinas se sirvió de él como de ciego instrumento y le impulsó á cometer toda clase de injusticias…»

La confesión fué larga. El cura le consolaba… Tenía fe en que Dios no abandonaba ni abandonaría la suerte del país. Entáblase con este motivo discusión, y, entre otras cosas, dice el cura, cuando Simoun le pregunta:— «¿Qué Dios es ese?»

«—Un Dios justo, Sr. Simoun; un Dios que castiga nuestra falta de fe, nuestros vicios, el poco aprecio que hacemos de la dignidad, de las virtudes cívicas… Toleramos y nos hacemos cómplices del vicio, á veces lo aplaudimos; justo es, justísimo, que suframos sus consecuencias y las sufran también nuestros hijos. Es el Dios de libertad, Sr. Simoun, que nos obliga á amarla haciendo que nos sea pesado el yugo; un Dios de misericordia, de equidad, que al par que nos castiga nos mejora, y sólo concede el bienestar al que se lo ha merecido por sus esfuerzos: la escuela del sufrimiento templa; la arena del combate vigoriza las almas. Yo no quiero decir que nuestra libertad se conquiste á filo de espada; la espada entra por muy poco ya en los destinos modernos; pero sí, la hemos de conquistar mereciéndola, elevando la razón y la dignidad del individuo, amando lo justo, lo bueno, lo grande, hasta morir por él; y cuando un pueblo llega á esa altura, Dios suministra el arma, y caen los ídolos, caen los tiranos como castillo de naipes, y brilla la libertad