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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

vimiento en Filipinas; si la propaganda legal logra obtener de los poderes metropolíticos la enmienda del régimen liberticida del país; si acogida por la opinión y atendida por los gobiernos, consigue recabar para el Archipiélago un estado de derecho que garantice allá la seguridad del individuo, la respetabilidad del hogar, la inviolabilidad de las conciencias, la sumisión de las instituciones civiles y religiosas á las prescripciones de la ley y á las exigencias de la moral; si por la propaganda legal se logran establecer medidas para prevenir la arbitrariedad y armonizar el principio de la autoridad con las libertades del pueblo, ¿es posible que encuentre eco el grito separatista en Filipinas? ¿Quién se aventurará á los azares de una insurrección separatista si bajo el régimen español se puede vivir libre, tranquilo y respetado? La insurrección no constituye ni puede constituir una aspiración, una finalidad, no: tiene que ser un medio, un recurso, pero recurso extraño. Apelan al recurso insurreccional los pueblos víctimas de la tiranía, cuando á fuerza de desengaños hubiesen adquirido la triste convicción de que son ineficaces los procedimientos pacíficos para obtener la reparación de sus males.»

El mal existía; la propaganda legal no se toleraba; por consiguiente, ¿qué tenía que sobrevenir, lógicamente?… Los filipinos que por vivir en Europa disfrutaban del beneficio de la libertad de imprenta, no hacían un misterio de lo que ocurrir pudiera. Sólo que… ¡quién creía en los augurios de los mesticillos?… ¿Había frailes en Filipinas?… ¡La integridad nacional estaba asegurada!…


IV


Pero volvamos á Rizal. Íbale muy bien con el gobernador Carnicero, y esto disgustaba á los jesuítas, no por otra cosa sino porque Carnicero —como queda insinuado— distaba mucho de ser un fiel devoto. Los hijos de San Ignacio acabaron por quejarse[1] al Gober-


  1. Entre los papeles que el general Blanco tuvo la bondad de cederme para que de ellos sacase copia, figura une, sin firma, fechado en Manila á 23 Abril de 1893, en el cual se contienen los principales cargos que contra Carnicero había formulado el P. Juan Ricart, empingorotado jesuíta, en carta dirigida al general Ochando:
    «Ha dejado de asistir á misa una buena temporada, aun en días solemnes, siendo esto muy notado, por cuanto no hay más español que él y un deportado; cuando asiste no dobla la rodilla, ni aun al alzar, limitándose á inclinar la cabeza. — El dia de Viernes santo hizo matar una vaca, cuya carne fué llevada al descubierto á la Comandancia en el preciso momento en que la gente salía de los divinos oficios. Por esta y otras impiedades, la gente le llama el moro.» Etc. — Esta carta del P. Ricart á Ochando decidió de la vida del Sr. Carnicero en Dapitan: fué relevado.