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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

de «El Correo» ponderándomelo mucho: me enseñaron su casa[1]. Vino después Pedro, quien me propuso la esposicion de los retratos que yo tengo. No pude acceder porque estos eran regalados y con dedicatoria[2].

24 de Enero.

Vino á visitarme Valentin Ventura. Estuvimos hablando sobre lo de siempre. — Hoy entraron los de Derecho.

25 de Enero.

Esta noche he tenido un sueño bien triste. Se me figuró que volví á Filipinas, pero ¡qué triste recepcion! Mis padres no se me habían presentado y Taimisheboerodiomgoatpasidaumeomgodatodedlemfsemdaquamilamoesanadoi[3]. — Hoy he concluido de leer el Judio Errante: esta novela es una de las que me han parecido mejor urdidas, hijas únicas del talento y de la meditacion. No habla al corazon el dulce lenguaje de Lamartine. Se impone, domina, confunde, subyuga, pero no hace llorar. Yo no sé si es porque estoy endurecido. Me recuerda mucho los Mohicanos de Paris.


    cuyos calados se confunde la vista, tejidos de todas clases, cuanto revela la habilidad, el gusto y la riqueza de los súbditos del Celeste Imperio, está allí encerrado.
    »Cansada la atención de examinar tanto objeto, el Sr. Paterno nos brindó con una cena, y á los postres no podía faltar el thé; ¡pero qué thé y qué taza! La taza, de las que usan los más soberbios mandarines chinos, y que se heredan, como reliquia, de familia en familia, por no sé qué propiedades que da á la aromática bebida. Hay cachivaches de aquéllos que ha costado á su dueño ciento y pico de duros. El thé que bebimos es del propio Cantón. Ya se dijo allí: ¿qué tiene que ver con este thé, ni el The Times por lo inglés ni el Te Deum por lo sagrado?»
    Rizal tenía sobrado talento para comprender que del sahumerio de este empalagoso suelto, obra de un profano en la materia, no podía transcender para el lector verdaderamente culto otra cosa que la risa. Eso de que un hombre se hubiera pasado tres años recorriendo el mundo, con dinero á manos lenas, para coleccionar lo aquí enumerado, conchas, cocos, abanicos, sedas y unas cuantas porcelanas, resulta sencillamente ridículo; como lo era suponer á Paterno una fortuna que no tenía. Así se explican las censuras de Rizal, el cual deseaba que sus paisanos fuesen menos ostentosos y más serios. Los Paternos, sin embargo, debieron de poner en un marco de plata este bombo de estómago agradecido.

  1. Lo que demuestra que Rizal no la conocía detalladamente. No fué nunca invitado á ninguno de los banquetes que llevaban dados los Paternos, aquellos hermanos (Pedro, sobre todo), ávidos de ostentación, que colmaban de agasajos al último gacetillero español y preterían á compatriotas suyos del mérito de Rizal… ¡acaso porque no se podía exhibir de frac, que el pobre estudiante no tenía!
  2. Un rasgo de delicadeza que le honra; y al propio tiempo, previsión política: es de suponer que la mayor parte de los retratos que poseía Rizal fuesen de sencillos tagalos «de camisa por fuera»; y debió de alcanzársele que no faltaría quien, al verlos, hiciese un gesto desdeñoso, ó irónicamente sonriera. Rizal era demasiado amante de sus paisanos para pasar de buen grado por tales cosa.
  3. Leonor había sido infiel; pero de una infidelidad tan grande, que no tenía remedio.