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conocer al instante que un sabio estaba á la cabeza del ministerio: las leyes se observaban, las costumbres se mejoraban, la concordia reynaba en las familias, la paz interior dulcificaba las penas del pueblo, y se habrian avergonzado si no hubieran reconocido que aquel imperio era el de la razon. Toda esta felicidad se esparcia sobre el reyno de Lu, y Confucio no habia mas que tres meses que tenia la direccion de los negocios.
Esta prosperidad fué mirada de un ojo zeloso por los Príncipes vecinos. Demasiado corrompidos estos para seguir el exemplo que se les presentaba, no supieron hacer otra cosa que temer á un estado, en el qual reynaban las buenas costumbres y las leyes. Habria sido un absurdo temerario el calumniar á Confucio; habria sido tambien lo mas odioso el haber conspirado contra su vida; pero encontraron un expediente mas criminal todavía, aunque dulce en la apariencia, y fué el de corromper al Soberano.
Un Príncipe, que por usurpacion llegó á ser Señor del reyno de Tsí, fingió buscar la amistad del Rey de Lu, y hacerselo afecto con sus presentes. Envióle cautivas jóvenes, cuyo talento hacía mas seductora su belleza: los acentos lisongeros de sus voces y sus danzas lascivas, excitaban a la concupiscencia, y la pérfida dulzura de sus miradas, el agrado peligroso de sus sonrisas, aseguraban una derro-