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ta, que sus cantos y sus gracias habian ya comenzado.
El Rey recibió con reconocimiento estos dones insidiosos, tanto mas expuesto á los golpes de su enemigo, quanto se hallaba sin desconfianza alguna. ¡Ah! ¿quién sabe temer á la vívora ponzoñosa, quando se oculta entre las rosas del placer? Atacado, pues, por todos sus sentidos, y deshecho antes de haber pensado en combatir, se arroja y sumerge en las delicias. Rodeado siempre de estas bellas enemigas, que lo encantan al mismo tiempo que lo pierden, no dexa á su Ministro acceso alguno á su persona. Confucio acostumbrado á dexar sus empleos si no puede hacer en ellos el bien, titubea esta vez. Sus intenciones fueron siempre hacer bien á su patria, y ésta es la que es preciso abandonar. Él desea, él espera, él combate: dexa en fin un estado, en donde la sabiduría que acaba de hacer nacer, se ve reemplazada por la molicie mas peligrosa.
Se aleja llorando sobre su desgraciado país; recorre los estados de Tsi, de Guei y de Tsu; pero los Soberanos de estos reynos reusan los servicios de aquel mismo sabio, cuya posesion envidiaron al Monarca de Lu. Reducido á las últimas extremidades de la miseria, va errante de un parage á otro, deshechado por todas partes, y freqüentemente amenazado de perder la vida. De este modo la virtud, desterrada y proscrita, sufria la suerte que