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CVII.
¡O vergüenza de este siglo! ¿En dónde hallarémos un hombre que sea censor severo de sí mismo, testigo, acusador y juez: que reconozca su culpa: se llame á sí mismo al tribunal de su conciencia: se confiese culpable, y se castigue?
CVIII.
El hombre justo y prudente da al necesitado, y nada añade á la fortuna del rico.
CIX.
No rehuses las liberalidades del Príncipe. Si son inútiles á tu familia, recibelas, y distribuyelas á los desgraciados.
CX.
La sabiduría y la providad del padre, no pueden cubrir la imprudencia y la maldad del hijo. La locura y la mala conducta del padre, no pueden obscurecer justamente las virtudes del hijo, ni alejarle de los honores.
CXI.
¡Qué sabio es mi discípulo Hoei! Un poco de arróz cocido es su alimento: una taza de agua apaga su sed; y un rincon de la plaza es su posada. Hombre vulgar: su vida te parece miserable; pero ella no le hace perder nada de su buen humor.
CXII.
Aquel á quien las fuerzas le