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bre para que brillen y sobresalgan en aquel algunos rayos de su propia gloria.

CCXXVI.

Yo aborrezco la boca peligrosamente eloqüente, y habil en el arte de fingir y adular. Ella mancha los palacios de los Reyes, y pervierte las mas ilustres familias.

CCXXVII.

Sean tus discursos inteligibles, y esto te baste.

CCXXVIII.

¿Cómo habla el Cielo? ¿qué voz toma para instruirnos? Las Estaciones acaban su curso; todo nace, todo se renueva. Por este eloqüente silencio ellas nos anuncian este principio secreto por el qual todo se muda.

CCXXIX.

¿Estás solo? observa modestia: ¿freqüentas los hombres? conserva bien el candor.

CCXXX.

Si se ofrece á tu vista alguna cosa indecente, no la mires: si hiere tus oidos, no la escuches: si te se viene á la boca, no la digas.

FIN DEL TOMO PRIMERO.