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Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

Y nuestra gratitud es tanto más viva cuanto mayor es nuestra angustia cuando vemos que el arte y la industria de este género se desliza, «con grandes avances fuera del camino»[a], exponiendo a la luz para todos los vicios, crímenes y delitos.

Cada vez que se nos presenta la oportunidad sentimos el deber, movidos por Nuestro altísimo ministerio, de llamar la atención inmediata, no sólo del episcopado y del clero, sino de todos los todos los hombres de bien que se preocupan por el bien público.

Ya en la encíclica «Divini Illius Magistri», lamentamos que «estos poderosos medios de difusión que, si se rigen por sanos principios, pueden tener éxito y ser de gran utilidad para la instrucción y la educación, por desgracia a menudo se subordinada a los incentivos las malas pasiones y a la codicia del lucro»[1]. También en agosto de 1934, dirigiéndonos a unos representantes de la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica, tras constatar la gran importancia que ha alcanzado este tipo de espectáculos en nuestros días y la amplísima influencia que ejerce, tanto en la promoción del bien como en la insinuación de la mal, advertíamos, finalmente, que es totalmente necesario aplicar al cine aquellas prescripciones, que rigen y moderan la práctica del arte, para no dañar a la moral cristiana, o simplemente humana según la ley natural. Ahora bien, cualquier arte noble debe apoyarse principalmente en aquello a lo que está orientado por su propia naturaleza: perfeccionar al hombre en su honradez y virtud; por tanto, debe conducir a los principios y preceptos de la disciplina moral.

De aquí concluimos, en medio de la expresa aprobación de esos representantes –todavía no es grato recordarlo– que el cine debe adaptarse a unas normas rectas, para que excite en todos los espectadores una integridad de vida a una autentica educación

A. Ap. Sed., 1930, vol. XXII, p. 82.
 
  1. AAS 1939, vol.XII, p. 82.
  1. En el original latino, «per magnos passus extra viam», donde aparece entrecomillado, como una cita aunque el texto de la encíclica no aporta su fuente. La frase, tal como aparece escrita, es una variante de esta otra, «bene curris, sed extra viam» atribuida a San Agustín.