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— 106 — bre de Jesucristo, se hostilizan y se persiguen. Leed el Evangelio, y sentiréis dolorosa decep- ción, cuando con el relato de las querellas se os saque de esos pensamientos de amor y de paz. Los padres franciscanos, desde que la Francia no los protege, llevan la peor parte, aunque en- carnen la tradición de los Cruzados, y el sacri- ficio constante del catolicismo latino. Si esto irrita, en cambio la tristeza de Jerusalén ena- mora. En ella el gozo de la Pascua pertenece al reino de Dios : en cambio, es del reino de los hombres el remordimiento deicida, que se ad- hiere a las cosas como un paño de luto. Acabamos de asistir a la procesión de la Vía Crucis. El lamento antiguo, evocado como pre- sente, exhala el grito de las generaciones muer- tas. Acabamos de ver a los judíos en el Muro de las Lágrimas, al pie del templo de Salomón, cantando entre los verdaderos llantos. La voz de Jeremias, vibrante en su gruta, halla ecos en las ruinas, en los hombres, y en los paisajes, que murmuran : Jerusalén es la ciudad de la desolación y la tristeza. Pensamos lo que se- ría en poder del mundo latino, si éste, en la unidad moral y social del pensamiento evangé- lico, hubiese hecho de la tierra un principio de