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== los sacerdotes, dijeron: «¿Qué hacemos, pues que este hombre hace tales milagros? Todos creerán en él, y arruinará a la nación». Se oyó entonces el consejo de Caifás : «que un hombre perezca y que el pueblo se salve...» Jesús no lo ignoraba, pero tenía que seguir su ruta y en este caso sacrificarse por una familia. El padre Didón lo ha definido admirablemente : «El mi- lagro de Lázaro es el milagro de la amistad.»

¡ La amistad ! Si el Señor no la había creado, la había enaltecido, prestándole de hombre a mujer, su más pura amplitud, y sus más hon- das raices. En Betania vivía María Magdalena. Tres años antes, en la comida de un fariseo, se presentó ocultando una redoma de alabastro. Mujer pecadora, traía quizá, el resto de sus aci- calamientos, y precipitándose a los pies de Je- sús, se olvidó de las costumbres orientales.

Desde lejos había escuchado las luminosas pláticas de aquel hombre, hecho de bondad y de divino verbo. Ahora, ante él, lloraba en silen- cio, y como no fuera rechazada, se atrevió a ungir sus pies con el perfume y a secarlos con sus cabellos. Tios convidados no pensaban en la moralidad del acto : ni veían el cristal de luna bajo el pelo de sol, cual si reflejos de astros -se