y gloria en las alturas». Esa voz, más fresca que los renuevos del olivo, era la posteridad saludando la: Resurrección sobre la Muerte. Los fariseos lo comprendieron:—«Maestro— murmuraron,—reprende a tus discípulos». El dulce acento de Jesús se hizo enérgico:—«Os digo que si estos callaren, las piedras darán voces.»
Una semana después, muchos de la misma turba pedirán la condenación ante el Pretorio, proferirán las blasfemias del Calvario, negarán el milagro del sepulcro. El drama se reproducirá eternamente: hoy, en toda una nación; mañana, en.sólo un alma. Pero las palmeras que vemos en Jaffa; el olivar que saludaremos en Getsemaní; los mirtos dejados en Grecia, se proyectarán siempre sobre el rosal de la Pasión, para decir a los hombres: «En nuestros rumores grita un inmortal prodigio; no importa que calléis un momento, las piedras darán voces.»
El instantáneo cuadro, intenso, evocado al paso de las bestias y de las palmas, se esfuma y se disuelve, dejándonos pensativos.
Volvemos a marchar. El rumor de los verdaderos ramos, agita aún las substancias inmate-