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Página:Visión de paz (1915).pdf/22

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riales del espiritu. Las plantas de los jardines, truecan poco a poco sus radiantes verduras, por la melancolía callada de un instrumento acordado entre sublimes vuelos. ¿Quién se llevó la mano prodigiosa que estremeció sus cuerdas con rayos de sol y soplos de brisa? Suena la esquila de la escuela cristiana, murmurando palabras del Evangelio: «No entrará en el reino de Dios quien no lo recibiere como un niño». La misma mano que animó las palmeras tañe el bronce; las notas suben a lo azul; y esta vez el paisaje quiere fundirse con lo infinito, mientras la oración dominical se exhala de nuestros labios y de las cosas. «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...»

Por un camino travieso llegamos a la plaza de Jaffa. El sol brilla pintorescamente sobre las ropas talares de la multitud. En un rincón, varios camellos, echados, forman un círculo, y en su centro danza un mono, repugnante, de un cíngaro de feria. Los beduinos lo asustan imitando rugidos de leones. Chasquea el látigo del amo en vez de órgano o tambor, y la pobre bestia, al son de la suela, hace muecas de mártir ridiculo. Más lejos, de pie, otro grupo oculta su atención en la soñolencia de rostros bron-