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de Caifás. El sumo pontífice convocó a los sacerdotes, y el milagro de Betania, ya lo hemos dicho, decidió de la suerte de Jesús. Para que la nación no rodease a profeta tan poderoso, era menester matarle y hasta se habló de sacrificar a Lázaro. Ahora, sobre el monte que limita el valle de Hennom, se delinean tres casas. Más abajo, la aldea de Siloe, escalona construcciones de amarillenta piedra, confundidas a las rocas. En un prado, corderos obscuros se confunden también a verduras sombrías. Y la célebre fuente, tapiada por sus propios escombros, aparece sin el menor vestigio de su antigua animación : Jesús, removiendo sus aguas, volvió la vista a un ciego de nacimiento... Carlyle, generalizando a propósito de cierta ciencia «que charla miserablemente del mundo» entre clasificaciones, nomenclaturas y experiencias, ha proferido : «La Naturaleza es sobrenatural : tu pan, tu traje, todo es milagro». No se refiere al problema que se discutiría en el caso del ciego; pero es el grito de un gran espíritu. Y otra frase de Renán nos viene a los labios : Il n'y a pas de miracles. También Strauss los había negado, porque lo sobrenatural está fuera del prejuicio de la crítica sistemática. Y Littré, en el prólogo de