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— 223 — robusta que la reclamada para admitir los más asombrosos prodigios.» ,

Es el caso de exclamar que de la culpa brotó la penitencia. Nadie, entre sus contemporáneos, tuvo como Renán, ese esprit de finesse de que hablaba Pascal, y que él ha definido admira- blemente para aplicárselo a otros. Sin embargo, siendo modelo de alto gusto, llegó al mal gusto de estampar hasta torpezas en pasajes extraor- dinarios. El mismo respeto que puede inspirar Spinosa, debió, por ejemplo, detenerlo, en su paralelo con el Hijo del Hombre.

Hay algo que la crítica no ahoga en los Evan-” gelios, ni con la prosa pesante de Strauss, ni con la alada de Renán, y es el espiritu inmate- rial, el son divino de la palabra. A pesar del tiempo en que fueron escritos, persiste en sus versículos el acento de Jesús: remontando la corriente, un resplandor transfigurado de la Re- surrección, se mece sobre la realidad de los he- chos, cada vez que el Cristo habla. El análisis toca los colores del fruto pero no su aroma vi- viente como un milagro. Renán, en su niñez, oyó esa voz en las abiertas campiñas de la Bre- taña; la oyó en su juventud en las cerradas aulas de San Sulpicio; y sus páginas más her-