Página:Visión de paz (1915).pdf/246

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talla violento un clarín. Los soldados, abando- nando sus kailanes, corren a sus puestos. La procesión marcha. Un turco, en uniforme, la preside, y resalta su fez rojo entre los hábitos grises de San Francisco. El muesin de un almi. nar echa a los cuatro viento su canturía estri- dente. La voz latina avanza, y mezcla el «Pa- dre Nuestro, que estás en los cielos...» a'la fle- cha vibrante del grito turco: «Dios es Dios y Mahoma su profeta». Se comprende a la luz de un relámpago a los Cruzados : luego nos atrae el fraile, que reza al frente. Su rostro anguloso y suave evoca un San Antonio de Murillo. Más acá un viejo besa las piedras; la ropa le abru- ma con todos sus años, mientras la fe le anima con todos sus fuegos. A su lado, un joven de recia musculatura, tiene un golpe de luz cre- puscular en la faz: se antoja un paladín del Islam pasado a las huestes de Godofredo. Los tres frailes dominan a los otros, eclipsan las fisonomías vulgares, y adornan la piedad de la procesión con su belleza ferviente.

La calle sube, y por abiertas ventanas llega el coro de las monjas de Nuestra Señora. En los sótanos del convento, antiguos despojos perte- necen a la real Vía Dolorosa : hoy se la sigue