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Agrega San Juan, que el pretor, desde enton- ces, hizo todo lo posible por soltarle. Mas el sa- cerdocio, abdicando el orgullo de su autoridad, profirió el argumento decisivo: «No tememos más rey que César. Este se llama Rey de los Judíos, y todo aquel que se hace rey, contradi- ce a César.»

Yá en asuntos de resonancia política, Tibe- rio había desaprobado a su representante en fa- vor de los judíos. El Sanedrín apreciaba la fuer- za de esta última acusación, y el juez, en efec- to, no pudo resistir, acalló el grito de su con- ciencia, se lavó las manos, y condenó al inocen- te. Caifás le había abofeteado, menospreciado Herodes y traicionado Pilatos. Por eso Bourda- loue ha dicho con tanta justeza, refiriéndose a a los tribunales : Caifás fué el de la pasión, He- - rodes el del libertinaje, Pilatos el de la poli- lica. : ,

El gentil retornó a su palacio. La soldadesca rodeó al reo: ¡I, lictor, expedi crucem.! ¡Ve, lictor, prepara la cruz! Cosa extraña, prorrum- pe Olivier: «El Evangelio, después de anotar cuidadosamente los gritos de la multitud, antes de la capitulación de la autoridad, no añade na- da sobre la acogida de la sentencia. ¿Quiere