Página:Visión de paz (1915).pdf/99

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af ñas, su corazón estalla en los trenos, y sus lá- grimas—oíd a Helló—poseerán, por lo profun- das, el secreto de rejuvenecer como las alas de las águilas. El poeta, patéticamente, habla a Jerusalén, a la hija de su pueblo, a la virgen de Sión, ayer alegría del mundo, señora de las na- ciones, hoy viuda desamparada, sin un aman- te que la consuele. A medida que su imagen se humaniza, se eleva del lamento actual el símbolo de Cristo, a quien perseguirá la Sinago- ga, trayendo a Tito y con él la ruina. Por eso, en el Viernes Santo, resuena tan armoniosa voz ; y hace bien en evocarla en su oficio la Igle- sia. Tiene todas las cualidades sagradas de la antigua inspiración ; el poder y la majestad de Dios se agitan sobre la miseria ; la pasión cen- tellea ante la caída de Israel ; y el estro de un hombre, nacido para pintar los sentimientos tier- nos, adquiere en la amargura la pujanza con una suerte de furor lírico.

í1 penetrar en la gruta que lo abrigó, resue- nan en nuestra mente los trenos, y el corazón se asocia a ese delirio maravilloso de un alma. No sólo llora por las solemnidades, no celebra- das, de Sión, y ante la soledad de los caminos, y la destrucción de los muros: gime sobre to-