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sibilidad humana, pensó que los brazos del Neuquén la conducirían del idilio dorado del trigal en la llanura al idilio rojo de la sangre en las arterias.

Por eso pidió al oro el secreto de sus hechizos, y el único ritmo seductivo del epitalamio moderno.

Por eso se precipitó al Neuquén toda desnuda, dejando entre las breñas deshojados sus azahares, y rotos los encajes importunos de su pierna blanca.

Realizará su ensueño de fecundidad plena y feliz?

Cuando, por virtud de su oro, se haya transmutado en sangre humana será dichosa ó desgraciada?

¡Quién sabe!

Si en el fondo de un corazón burgués la quemase el ardor de la avaricia, de seguro que sentiría la nostalgia de su cumbre gélida.

Y si le toca em purpurar el beso de un labio mentiroso, icon qué angustia no habrá de recordar las transparencias de su infancia!

Quizá le quepa en suerte ir de Buenos Aires á la City para pagar las deudas de la patria.