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Estas son pequeños acueductos de madera donde se deposita el lodo aurífero, para que sea lentamente disgregado por el agua.

En el fondo tienen una rejilla de madera que detiene y estanca los sedimentos más pesados.

Son verdaderas trampas.

Allí sucede con el oro lo que en la sociedad con muchos hombres de verdadera solidez intrínseca: su peso los hunde.

Allí flota y sigue rápida carrera todo lo que es cieno, todo lo que es liviano, todo lo que es impuro. Lo que pesa sucumbe. Lo fofo y pueril triunfa.

Ese ardid está ingeniado como lo que en cualquier núcleo comercial se conoce con el nombre de «un negocio». Fabricad con cualquier patraña un cauce de opinión; haced que por él circule lodo, que bien puede ser el de las malas artes; poned en el fondo una red bien fina de mentiras; y cuando hagáis el ««levante», como dicen los mineros, encontraréis en el fondo el sedimento de oro ajeno, producto de un «buen negocio».

¿Quién no usa canalejas?

Y, coincidencia rara, esas ganancias, co-