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ternas, mi anhelo consistía en eternizar las glorias de mi amado. Mi dicha era vivir seria y modesta, reconcentrando el oro de sus labios en mis pechos, y cristalizando la luz de su mirar en mi alma.

Yo nunca fuí coqueta.

Ella, en cambio, me venció con artificios.

Se entretenía delante del espejo esmaltándose el cutis, ensayando sonrisas, llorando perlas falsas, y falsificando con carmín rubores.

Si mi rostro fué quizá áspero y duro, si fué mi vestidura rígida y severa, guardo la satisfacción de que nunca tuve por qué ruborizarme, ni jamás fué mi falda juguete de los vientos.

Yo he sido una matrona; ella es una bailarina faláz.

Yo fuí ardiente; ella es fría.

Yo fuí firme; ella es frágil.

Mi corazón fué de oro vivo; el de ella es de aire enfermo y congelado.

¡Ah! ¡Pero yo nunca he sido blanca y armoniosa!...